2018: López Obrador (y II)

A poco menos de una semana de las elecciones en el Estado de México, Andrés Manuel López Obrador se levantó en uno de esos días que quiere destruir todo. Le tomó una llamada a Carmen Aristegui, la afamada conductora de noticieros de radio y televisión acosada y perseguida por dos gobiernos, a quien maltrató porque no le gustó lo que la periodista estaba obligada por su profesión a hacer: preguntar y cuestionar. “Mirona profesional”, le recetó López Obrador por hacer su trabajo. Horas después le tomó una llamada telefónica a Pepe Cárdenas, otro de los conductores por excelencia, con quien se peleó ácidamente. La catarata de críticas le llovió al virtual candidato a la Presidencia.

Su intolerancia ante preguntas incómodas, pero pertinentes, preocuparon al equipo de campaña de Delfina Gómez, candidata de Morena al gobierno del Estado de México, que llevaron a uno de sus miembros a comentar: “Espero que no venga más; es un lastre”. Gómez, la cenicienta política, perdió apenas con el candidato del PRI, tras una fuerte campaña en medios contra actos de presunta corrupción de miembros de Morena que frenaron su ascenso. La corrupción, una de las grandes banderas de López Obrador, que proclamó “la honestidad valiente”, fue horadada, pero López Obrador, cuya formación teológica ve sólo buenos o malos sin matices, ha sido refractario a esas críticas.

Hace unos días, nombró a Félix Salgado Macedonio como coordinador estatal de Morena en Guerrero. Salgado Macedonio fue presidente estatal del PRD, diputado federal y alcalde de Acapulco, político primitivo, atrabiliario quien durante su administración en el puerto, se dejó arrastrar en una pelea entre narcotraficantes que peleaban la plaza y lo tenían amenazado de muerte. Su nombre apesta, pero no es algo que inquiete a López Obrador, quien hace unos días respaldó a Claudia Sheinbaum como aspirante al gobierno de la Ciudad de México, sujeta a investigación para determinar si como delegada de Tlalpan incurrió en ilegalidades que pudieran haber causado la muerte de 19 niños en el Colegio “Enrique Rébsamen”, o recibió dinero de narcomenudistas de Tláhuac para su campaña electoral.

Las críticas sobre corrupción en su entorno siempre las ha rechazado sin argumentación alguna, salvo que “la mafia del poder”, en donde agrupa a todos que no piensen como él, se encuentra detrás de ello. La forma frívola como aborda el tema, le va a costar. Algunas personas que lo ven con aprecio comenzaron a observar públicamente que López Obrador no es como se pinta. Uno de ellos es el reconocido académico Edgardo Buscaglia, actualmente investigador en la Universidad de Columbia, quien reveló a la revista The Atlantic, en una crónica titulada “El Populista Salvador de México Puede ser Demasiado Bueno para ser Verdad”, un episodio que lo dibuja de cuerpo entero.

Buscaglia recordó que cuando llegó a ser jefe de gobierno de la Ciudad de México, su equipo lo buscó en busca de ideas frescas, por lo que le propuso contralores ciudadanos, mediante los cuales le daría acceso a ciudadanos a revisar el gasto de gobierno para así inhibir la corrupción y renovar la confianza en el gobierno. La respuesta que recibió fue que López Obrador pensaba que eso era darle a “la gente demasiado control” y que prefería hacerlo él mismo. Según Buscaglia, López Obrador mantuvo la jerarquía local corrupta a fin de que pudiera servirle a sus propios objetivos. No es el revolucionario devoto de las reformas democráticas que dice ser, agregó el investigador que vivió varios años en México.

El artículo en The Atlantic recoge las críticas que señalan que las prescripciones de López Obrador en materia de corrupción y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte son muy idealistas y simples, que en lugar de mejorar la economía y la democracia, la desestabilizarían y la debilitaría. “En un momento de profunda desconfianza en el gobierno, la visión de López Obrador puede ser intoxicante, pero si la historia es una guía, es improbable que provea la realidad que promete”, indicó la revista, que no fue la única, en caprichosa coincidencia, que habló del precandidato presidencial al arrancar noviembre.

El semanario británico The Economist publicó un artículo de su columnista de temas latinoamericanos, Michael Reid, que firma como “Bello”, quien aseguró que el tabasqueño “ha minado las instituciones democráticas de México”. The Economist advirtió que pese a que señala a Benito Juárez, Francisco Madero y a Lázaro Cárdenas como sus modelos a seguir, no podría ser más diferente a ellos en materia de la defensa de valores democráticos. Resalta el contraste con Cárdenas, quien argumenta que tenía un agudo sentido para distinguir lo popular y lo populista, y buscó reducir la división social, sin incitar al odio entre rivales y perdonó a aquellos que se habían levantado contra el Estado. Esto, en comparación López Obrador, quien “por el contrario, es menos aficionado a los gestos unificadores”.

La respuesta de López Obrador a la críticas fue el fin de semana… reiterando su apego a los principios de sus guías políticos. Nada más. No enfrentó las imputaciones de favorecer a la corrupción ni inclinarse por el autoritarismo. Tampoco respondió a los señalamientos sobre un pensamiento simple y sin contenido. Durante años López Obrador ha nadado de muertito, por utilizar una frase de él, pero ese largo periodo de gracia parece estar terminando. Es una primera llamada de atención para el precandidato, para que atienda, ataje, responda y muestre que no es como lo pintan.

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