Levantarse temprano

Los mexicanos a quienes les hablan los candidatos no somos una sociedad homogénea, al contrario, somos una extremadamente diversa y llena de tensiones y choques.

Un campesino de Chiapas y uno de Guerrero, un empresario de Monterrey y uno en alguna ciudad media del centro del país, una prostituta de Guadalajara y un sicario de Tamaulipas, un médico del Seguro Social y un médico de un hospital privado, un estudiante y un maestro de una normal rural o unos de la universidad nacional, un burócrata, un obrero en una maquiladora, un ama de casa, una trabajadora doméstica: los intereses y necesidades son muy diferentes.

Entonces ¿quiénes somos los mexicanos a los que se dirigen los candidatos? Somos personas con ideas distintas del Estado y sus obligaciones, de la sociedad y las suyas, de la educación, de por dónde caminar (si reformar o conservar), del pasado (con todo y los esfuerzos de la historia oficial por unificarnos), del futuro (al que no a fuerzas todos imaginamos como un edén sin corrupción, pobreza y violencia). Y con ideas distintas de cómo debe ser el ejercicio de poder: si el autoritarismo omnipotente de los presidentes del siglo XX (y de los gobernadores virreyes) o el autoritarismo omnipotente de los legisladores y jueces de hoy.

Entonces, frente a la pregunta: ¿Qué esperamos los mexicanos del próximo gobierno? evidentemente no hay una sola respuesta.

Y sin embargo, todos cabemos en la publicidad de los candidatos en la cual nos quieren convencer de votar por ellos. Eso parte de una idea de la nación como un territorio y una cultura en los que quienes aquí habitamos tenemos algo en común. Pero ya vimos que eso no es cierto y de allí que lo único que nos pueden ofrecer para convencernos a todos es una sola cosa: que ellos van a trabajar muy duro por nosotros. Todos nos han prometido que se van a levantar muy temprano.

Según Alain Touraine, la gente que se levanta temprano "trata de descubrir desde el alba, el nuevo paisaje creado por las conmociones de la noche". Pero, frente a ese paisaje, "la formulación de una respuesta debe iniciarse con el reconocimiento de que las respuestas pasadas se han vuelto inaplicables y las instituciones de las que se esperaba que instauraran un orden se convirtieron en agentes de desorden, ineficacia, injusticia y parálisis".

Y es que vivimos en un mundo gobernado por la incertidumbre, en el que pelean entre sí fuerzas contradictorias: las de la economía transnacional y las de los grupos nacionales, las de quienes quieren o necesitan esto y quienes quieren o necesitan lo otro. Por eso no hay otra que construir mecanismos de regulación de la vida social. Ese es el gran reto. O como lo pone el sociólogo francés: "Saber reconocer el mundo en el que vivimos, saber darnos los medios para reconstruir nuestra capacidad de manejar las mutaciones en curso y determinar las opciones posibles allí donde hoy sentimos la tentación de no ver más que un progreso indefinido o un laberinto sin salida".

¿Tendrá esa capacidad nuestro próximo presidente? ¿Podrá aceptar la crítica y de escuchar a quienes observan y avisan las discontinuidades y formulan los interrogantes?

Ojalá. Porque como también dice Touraine, la historia no está hecha únicamente del éxito de quienes construyeron intelectual y prácticamente un mundo nuevo, sino también de la caída de las sociedades que no comprendieron las nuevas formas asumidas por la vida económica, política y cultural. Allí están los libros de Jared Diamond que cuentan la historia de las sociedades que salieron adelante y de las que no pudieron.

El secreto pues, no está en que algunos se levanten temprano y trabajen mucho, sino en saber elegir las prioridades de acción y a los individuos que las llevarán a cabo y que tomarán las decisiones, pero sobre todo, en saber crear ese consenso social que nos permita convivir y poder llevar a cabo lo que se quiere hacer.

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EL ARTÍCULO

Sara Sefchovich