La feria del libro de Guadalajara

Amo los libros. He pasado mi vida leyéndolos, escribiéndolos y recomendándole a todo el que puedo que lea. Le he dedicado una novela a lo muy importante que es leer, sufro porque no hay suficientes librerías en nuestro país y porque en todo el mundo están desapareciendo éstas. Me encanta que haya ferias de libro, porque es la manera como los lectores pueden acercarse a los libros y a los autores y éstos pueden hablarle de sus libros a aquéllos. Y sin embargo, todo esto ya no aplica con la Feria Internacional del libro de Guadalajara, que es la más importante para los libros escritos en castellano.

Explico por qué: desde sus inicios (está cumpliendo treinta años), fue tal su éxito, que ha crecido en tamaño, en autores y editoriales presentes, en actividades que ofrece, en negocios que se hacen gracias a ella y de manera significativa, en prestigio. Pero, lamentablemente, ese crecimiento ha llegado al exceso: exceso en su tamaño, exceso en lo que cuesta realizarla, exceso en las actividades que ofrece (presentaciones, conferencias, encuentros, coloquios, especiales para niños y jóvenes, conciertos y espectáculos), exceso en la cantidad de estrellas invitadas, de premios concedidos y de homenajes. Este año según su presidente, se contará con la asistencia “de 650 autores de 44 países”, 120 de ellos de América Latina, porque se decidió que el subcontinente entero sería el invitado de honor y no un solo país como se acostumbraba hacer, y, según su anuncio oficial, con la de 20 mil profesionales de la edición. Son 34 mil metros cuadrados para alojar a 2 mil editoriales.

Todo esto no sólo sobrepasa toda medida humana, sino que sobre todo, ha hecho que ya no suceda lo que era su mejor parte y un objetivo esencial de este tipo de eventos: encontrar autores en los pasillos, pedirles autógrafos, retratarse con ellos.

La cultura es sin duda muy importante. Y muy necesaria. Eso no se pone en duda. Pero esa importancia no se tiene que manifestar de maneras tan grandotas y sobre todo tan caras. Vivimos en un país que ha tenido que hacer recortes de recursos en muchas áreas, algunas de ellas prioritarias, e incluso en la propia cultura. Vivimos en un país que no les está pagando sus salarios a trabajadores y proveedores porque no hay con qué. Vivimos en un continente que según los estudiosos, “se enfrenta a una recesión más severa de lo esperado”. Pero aquí seguimos con nuestra típica manera de ser en la cual no nos gusta lo sencillo, lo modesto y al contrario, nos encantan las obras faraónicas y la ostentación.

Entonces se sostiene una feria enorme, se anuncian incrementos para eventos igual de excesivos como el Festival de Cine de Morelia y algunos megaproyectos más, pero como no tenemos para tanto como pretendemos, no se le da un centavo a muchos proyectos culturales más modestos pero importantísimos para estimular a nuestros creadores.

¿Por qué es necesario traer a tantas rutilantes estrellas de la literatura? ¿Acaso no sería igual de importante la feria si vinieran menos de esos súper célebres, si fuera más sencilla, más acorde con la situación que estamos viviendo y además, que su existencia no le cortara las posibilidades de apoyo a los muchos que están haciendo literatura, cine, arte, música, deporte, a los que no se les da nada?

Recordemos que Grecia sigue hasta el día de hoy pagando las consecuencias de una idea de hacer las cosas que supone que entre más grande y más aparatoso es mejor. Veamos cómo ahora Brasil está pasando por lo mismo. Ambos están pagando las consecuencias de los excesos gastados en las olimpiadas de las que fueron sede. ¿No podríamos poner nuestras barbas a remojar?

Urge como quería el poeta Ramón López Velarde, ser más modestos, eso no le quitaría ningún brillo a la FIL y a otros eventos importantes, sino que los colocaría en el marco de lo que realmente somos como país.

Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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