México y la nueva-vieja geopolítica del imperio

En sus últimos ensayos políticos, el estratega Henry A. Kissinger parece lamentarse que en los gobiernos de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama se haya olvidado el papel de los EE.UU. en el orden mundial. La derrota de la Unión Soviética en su dolorosa transición 1989-1991 no condujo a una nueva hegemonía estadunidense sino a una multipolaridad con la cual Washington parece entre perplejo y ajeno.

Los países dependientes del espacio geopolítico de la Casa Blanca también son víctimas de la incertidumbre: o se someten a las voluntades distantes del presidente del imperio o se mueven con decisiones internas como si fueran exigidas por Washington.

Esta etapa, sin embargo, ya terminó: la comunidad geopolítica de los EE.UU. parece dispuesta a retomar el poder diluido y será la dominante en la Casa Blanca por los próximo veinte años, gane quien gane las elecciones de este 8 de noviembre. Ahí es donde países dependientes --como México-- aparecen pasmados, para decir lo menos, o sumisos, en el peor de los casos, ante la reorganización de la estructura del poder estadunidense.

El punto más importante de lo que ocurre en los EE.UU. es su elemento de dominación mundial. El problema no radica en la comunidad de los servicios imperiales que sigue latente y hasta en renovación, sino en la fórmula que permite esa dominación: la correlación directa entre estabilidad económica-hegemonía tecnológica-gasto militar.

Los servicios militares se pasmaron cuando el candidato republicano Donald Trump anuncio a los países de la OTAN que le cobraría por los servicios de defensa, un mecanismo mafioso de venta de protección. El dato detrás se localizó en la quiebra técnica de las finanzas públicas de Washington. En su monumental estudio Auge y caída de las grandes potencias, el analista Paul Kennedy concluyó que esa fórmula era la que determinaba el poderío y la duración de los imperios.

Los presidentes fallaron: Bill Clinton se distrajo en la frivolidad sexual, Bush Jr. se obsesionó con derrocar a Hussein porque había amenazado a su padre y Obama quiso ser el presidente de la paz y terminó como el lord of war o señor de la guerra. El imperio se vio amenazado por un terrorismo primero religioso, luego ideológico y ahora funcional.

Las propuestas de dominación imperial de Trump y Hillary son distintas pero con el mismo objetivo: recuperar el papel de dominación mundial de la Casa Blanca en el (des)orden mundial. Sin embargo, el mundo está esperando con pasmo y miedo el saldo electoral, sin organizar mecanismos de defensa o cuando menos de resistencia contra lo que viene.

Lo grave está en el papel imperial de los EE-UU. como factor de consenso nacional. Y una economía de guerra podría ser el detonador de una nueva fase de actividad productiva.

El mundo puede entrar en una fase de regresión imperial que nadie parece estar previniendo y menos proponiendo mecanismos de resistencia. Al contrario, ante la declinación de los viejos grupos polares --Japón, tigres asiáticos, Europa--, nuevos factores de poder están entrando en la disputa del mundo pos-soviético: China, Rusia, Irán y los países árabes que han convertido al terrorismo en un elemento de poder como conquista de territorios y dominación mundial.
Y en México sólo están buscando formas de pedirle a Hillary que nos perdone por la visita de Trump.

indicadorpolitico.mx
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