Cárteles en la CDMX

La corrupción que afloró por la complicidad entre el crimen organizado y las autoridades de la delegación Tláhuac de la Ciudad de México, ha sorprendido a buena parte de la opinión pública mexicana.

Los habitantes capitalinos y especialmente las autoridades locales y federales no dan crédito que un cártel del narcotráfico pudiera actuar con tal impunidad y prepotencia a lo largo de los últimos años en la capital del país.

La reciente ejecución por parte de la Marina Mexicana del capo Felipe de Jesús Pérez Luna, alias “El Ojos”, dejó perplejo al gobierno capitalino que a lo largo de los años se ha dado baños de pureza e integridad.

Una y otra vez las autoridades presumían que en el otrora Distrito Federal no había carteles de la droga porque no existía manera de esconderse ni de transitar en una ciudad tan poblada y supuestamente vigilada celosamente por las distintas corporaciones policiacas.

Culpan ahora del desastre de Tláhuac a su delegado Rigoberto Salgado, militante de Morena y quien antes de llegar a este cargo fue director de seguridad pública de esa delegación.

Hoy es a todas luces conocido que “El Ojos” lideraba en Tláhuac una organización delictiva de altos vuelos en donde controlaba la distribución de drogas a través de una red de 1,500 moto taxis que se movían con total impunidad. Bastaba decir “somos gente del patrón” para no ser molestados por la policía.

Pero la red delincuencial de Felipe de Jesús no se formó de la noche a la mañana, llevaba varios años de operar a pesar de las insistentes declaraciones del gobernador capitalino Miguel Ángel Mancera, en el sentido de que en Tláhuac opera una red de narcomenudistas que nada tiene que ver con los carteles de la droga mexicana.

Paradójicamente Mancera no estaba enterado del operativo de la Marina en el que fue abatido “El Ojos” y varios de sus matones, además de que había viajado recientemente a Chihuahua a donar patrullas en un intento de minimizar la campante inseguridad de la ciudad de México.

Pero tampoco el gobierno de Enrique Peña Nieto escapa a este desastre de corrupción y delincuencia que vive la capital mexicana cuando a lo largo y ancho del país se vive una agitada ola de violencia e inseguridad.

Digamos en otras palabras que finalmente les llegó el agua a las narices ya no al cuello a los funcionarios del centro de México, quienes por años presumían del control que ejercían sobre una de las regiones más pobladas del mundo.

Hoy resulta irresponsable culpar solo al delegado morenista Rigoberto Salgado o al gobernador emanado del PRD, Miguel Ángel Mancera, del caos ocasionado por el cartel de Tláhuac.

Es imperativo que Salgado y que los altos funcionarios de la ciudad de México sean investigados y se deslinden responsabilidades en torno a la operación de tan poderosa red delictiva.

Pero también las autoridades federales llevan su grado de responsabilidad al no detectar o en el peor de los casos encubrir al cártel de “El Ojos”, cuya actividad era de sobra conocida de tiempo atrás.

Es falso además afirmar que los grandes capos del delito organizado no han operado en la capital azteca. Basta recordar cuantos funcionarios federales se han coludido con el narco como sucedió con el zar antidrogas, José de Jesús Gutiérrez Rebollo, detenido en febrero de 1997 por brindar protección al cártel de Juárez.

Meses después, el 3 de julio del mismo año, el líder de dicho cártel, Amado Carrillo “El Señor de los Cielos”, falleció en circunstancias por demás extrañas precisamente en la ciudad de México.

Tampoco se olvidan las acusaciones vertidas en su momento por agentes de la DEA en contra del secretario de la Defensa Nacional, general Juan Arévalo Gardoqui, por supuestos nexos con el capo Rafael Caro Quintero, en la década de los ochenta.

Decir que la capital mexicana está a salvo de cárteles es una mentira, por el contrario las relaciones entre los capos y las altas autoridades han existido de mucho tiempo atrás.

Negarlas ahora por intereses electorales y políticos solo complicará su combate y extinción.

Apunte final
Queda claro que mientras no exista voluntad y decencia política de muy poco servirá la creación de nuevos organismos que supuestamente combatirán la corrupción oficial. A nivel nacional el llamado Sistema Nacional Anticorrupción no acaba de arrancar y convencer mientras que en estados como Sonora la elección de los miembros del Sistema Estatal ha sido desastrosa. ¿Para qué entonces gastar más recursos en instituciones que nacen torcidas?

José Santiago Healy
jhealy1957@gmail.com

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