#RelatosDeLaFrontera | Secuestro en la frontera Sonorense

santacruz expreso06232017wwor M.C. Juan Carlos Lorta Sainz - Universidad de Sonora
La memoria histórica ha registrado un sin número de eventos que pueden catalogarse como violentos. La violencia como práctica es una constate en la historia. Los habitantes de la frontera de Sonora no son la excepción, al padecerla y provocarla, causadas por el control de los recursos naturales.

Está documentado que a mediados del siglo XIX, grupos de apaches se disputaban con los pobladores de las comunidades fronterizas el control de los recursos ganaderos de la zona. En un principio, los apaches solventaron sus necesidades con el intercambio de los hatos robados en Sonora y conducidos, por mercaderes sin escrúpulos, hacia el ferrocarril en Santa Fe, donde finalmente eran embarcados con destino a Chicago vía el río Misisipi. Como pago regresaban en dirección contraria, fusiles, mantas y wiski. La venganza del latrocinio causó muertes en ambos bandos.

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Aquí podemos observar la violencia como práctica económica. El apache la implementó para controlar el comercio de ganado en el siglo XIX, estrategia similar a la de los cárteles del narcotráfico ejercida en el trasiego de la droga en el siglo XXI. El secuestro es quizás la forma de violencia más enérgica en la frontera. Su registro histórico nos permitió la conservación de elementos analizables en un caso en particular, atestiguado y documentado por el agrimensor de la frontera entre México y los Estados Unidos, John Russell Bartlett, en 1851.

Inés Gonzales fue una joven nacida en la pequeña comunidad de Santa Cruz, Sonora, el año de 1837. Pueblo en constante acoso de varios grupos de apaches, Santa Cruz fue más bien una pequeña atalaya en la frontera defendida por labradores con armas a las espaldas y un ojo en el rebaño. A principios del mes de octubre, conjuntos familiares llevaban sus excedentes a Magdalena donde se hacían intercambios necesarios para la sobrevivencia del invierno en el contexto del festejo religioso. Hija natural de un señor Gonzales, Inés fue criada por su madre y padrastro Jesús Ortiz. Aquél último de septiembre de 1850, Inés viajaba en compañía de otras 2 mujeres y familiares por las inmediaciones de la sierra de Ímuris, con una escolta de hombres armados a cargo de Saturnino Limón.

De entre los arboles de encino, balas apaches acabaron con la vida de Limón y sus hombres, tendidos quedaron sus despojos en las laderas y cañadas de la sierra. El motivo del ataque fue el secuestro de Inés y las otras dos mujeres, así como el robo de los caballos. Dos años después del ataque, una recua fue interceptada por los soldados que acompañaban en las mediciones de la frontera a Bartlett. Doce personas compartieron el cautiverio con Inés, en condiciones de esclavitud pasó un crudo invierno, Es-kim-in-zin el apache captor, intercambió junto con algunos caballos y mulas a unos aventureros. Bartlett en un caso atípico devuelve al seno familiar a Inés.

A manera de conclusión, el lector juzgará que la violencia ha sido recurrente en la frontera, en la década que va de 2006 a 2016 la incidencia en el delito de secuestro en Sonora fue de al menos 71 casos, la mayoría no concluyeron como el caso de Inés. La violencia generada por el control hegemónico de uno o varios recursos lleva a la confrontación entre grupos de interés o de estos con las comunidades en la frontera.

M.C. Juan Carlos Lorta Sainz
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