#RelatosDeLaFrontera | Los dilemas de un padre ante las conductas de un hijo

carcelhermosillo expreso06192017wPor Ismael Valencia Ortega, Doctor en Historia por la Universidad de Sonora

Uno de los aspectos centrales del Estado moderno, tanto en el presente como el pasado, lo ha sido la construcción del ciudadano, como concepto básico que identifica la vida en sociedad. Una figura con la que se pretende disolver las diferencias sociales y contemplarlos como iguales ante las responsabilidades y derechos que guiarán sus conductas personales.

Se pretendía compaginar conocimiento, conducta y disciplina dictadas desde el estado y no de los usos y costumbres de las familias o las comunidades tradicionales. Los estilos de vida ruda llevados hasta entonces, pretenden tomar los caminos de una disciplina dada desde las esferas del gobierno y no de las prácticas de cada uno de los grupos sociales.

Parte de ese proceso de preparación del ciudadano a la vida de los nuevos valores sociales, fue la construcción de las instituciones que se encargarían de concretar esos ideales a la par de su infraestructura. Los edificios penitenciarios y correccionales, cuarteles militares, son los símbolos materiales en que la disciplina física sería la mejor manera de llevar al nuevo orden moral deseado. Sin embargo, tarde que temprano algún miembro de aquellos que propusieron o apoyaron el nuevo código, enfrentan en carne propia como los términos que desde las esferas de poder llega a alcanzarlos cuando quebrantan la moral institucionalizada. Difícil resultaba obedecerlos cuando uno de los retoños de la familia se daba a pasearse por cantinas y casas de cita en la ciudad de Hermosillo, tal como lo muestran la preocupación de Juan Pedro M. Camou a su tío, el 16 de noviembre del año de 1897:
“Con profunda pena tengo que comunicar a usted que mi hijo Roberto se nos está perdiendo por completo y ya no sabemos qué hacer con él. Tenemos agotados todos los medios de que se puede disponer aquí para aportarlo del camino torcido que lleva, pero todo es en vano y no quiere retroceder. ¡En varias ocasiones se nos ha ido de la casa y ahora lleva ya como ocho días de andar afuera en una completa orgía con leperillos de su edad más o menos en casa de las prostitutas y en los mayores desórdenes! El desgraciado no tiene cabeza ni corazón, circunstancia fatal que lo conducirá, al abismo, matando a sus padres a pesares. Considere usted cómo estaremos en casa con tantas desgracias a la vez y a esa pobre madre, que, junto conmigo, deseara mejor ver a Roberto muerto que en el estado de abyección a que está llegando!"

Al parecer las alternativas ofrecidas por el tío no convencieron al acongojado padre, respondiendo el mismo día que:
"Roberto no ha vuelto aún a casa.
De las medidas que propone usted, la de poner en el Colegio Militar, no podía llevarse adelante, porque para entrar a esa escuela, exige actualmente que los alumnos hayan cursado ciertos estudios que Roberto no conoce; y la de ponerlo en un buque de guerra, me parece aún demasiado cruel, porque tal vez con esa cosa no se lograría, sino que el muchacho acabara de descarar y en cualquier puerto que tocaran se huiría. Ponerlo en una escuela correccional, también sería malo, porque equivaldría a tenerlo en una prisión revuelto con toda clase de criminales, cosa que no conviene. El caso es difícil y penoso y le aseguro a usted que no sé qué hacer”.

Como se aprecia, las circunstancias llevaban a que las familias a su interior entraran en discusión con respecto a cuáles eran las medidas más apropiadas para lograr que sus vástagos volvieran a una vida disciplinada, en lo moral y lo físico. Pero también que las sociedades cambian y relajan sus conceptos ordenados por interés económica y hasta de moda. Cada sociedad, incluidas la nuestra en la actualidad, en su rigidez no es capaz de ofrecer nuevas alternativas donde compaginen orden y diversión, porque tras ellos hay consensos de poder institucional.

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Ismael Valencia Ortega, Doctor en Historia por la Universidad de Sonora