MOSAICOS DE HISTORIA | Las fragancias de una época

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Yaxaira Galindo Martínez*

El perfume ha sido asociado a los fines de los rituales religiosos, a los protocolos aristocráticos de la nobleza ilustrada, a la necesidad del buen olor, de limpieza e higiene, cuando el aseo cotidiano era la diferencia de aquellos que no la acostumbraban.

Se asocia a una época, sus modas, su cultura, pero también como diferenciador social de quienes no podían tener acceso a las fragancias producidas en Europa, continente en el que se desarrollaba la perfumería como parte de la industria química, sobre todo francesa.

Eso implicó que los comerciantes sonorenses, sus principales distribuidores establecieran enlaces con sus colegas de los puertos de Hamburgo, La Havre, donde adquirían sus productos. Durante muchas décadas no hubo quién cuestionara la hegemonía de las casas francesas de Pivier, Pinaud, Cottance y Lubin.

Otro aspecto fueron sus envases, verdaderas joyas de elaboración artesanal, que reflejaban la élite social a la que iban dirigidos. Para 1907, los perfumes más demandados por los olfatos sonorenses eran Emilia y Corrida.

Para este mismo año inició una competencia en los precios de las mismas marcas por los comerciantes chinos quienes vendían a precios más bajos, dado que ellos los compraban a granel.

La reacción de los comerciantes con enlaces europeos se escandalizaron ante esa estrategia comercial. Los comerciantes Horvilleur y Camou respondieron a la competencia buscando productos alternativos: “Si encuentra algunas novedades en la perfumería Lubin, puede Ud. agregar unas cuantas docenas más: esa marca somos los únicos que la tenemos actualmente, las otras las explotan los chinos principalmente las de Pinaud y Piver.”

A contrapelo de lo que pasaba en el mercado local, los distribuidores de la casa Horvilleur se empeñaban en manejar perfumería costosa o al menos sostener precios altos, aún cuando el crecimiento en la capacidad de consumo de una sociedad que se expandía en su escala social, que ya no estaba compuesta sólo de peones o jornaleros o trabajadores mineros, sino también de una clase media ascendente y de pequeños propietarios que reclamaban algo de las bondades de una pretendida modernidad.

Los comerciantes chinos parecen haber captado las claves de ese segmento y sus necesidades, modificando sus formas de venta, privilegiando su oferta en volumen mediante las que se recuperarían las ganancias por los bajos precios.

Sin embargo, tal parece que sus nuevos actores no fueron escuchados por los comerciantes locales. Por el contrario, se mantuvieron obstinadamente en sus estrategias. Cuestiones tan elementales como los perfumes, a los cuales aspiraba una sudorosa sociedad en crecimiento, son sólo un botón de cómo una generación de comerciantes se iría extinguiendo.

Yaxaira Galindo Martínez*Historiadora y M.Ed.